Guy Edwards, Andrea García Salinas y Vanessa Callau Ferreira (BID)
La pandemia del coronavirus es, ante todo, una tragedia humana. Los casos conocidos superan el millón y más de 60,000 personas han fallecido.
El Secretario General de la ONU, António Guterres, afirmó el mes pasado que la lucha contra COVID-19 es la prioridad inmediata del mundo. Sin embargo, esto no debería distraernos de la crisis climática, que permanecerá con nosotros por mucho más tiempo y con impactos catastróficos mucho mayores.
Miles de millones de personas se están adaptando actualmente a las restricciones para derrotar al COVID-19. ¿Podrían estas experiencias ayudarnos a visualizar cómo se ve un mundo más sostenible y resiliente y cómo podemos enfrentar el cambio climático?
Un experimento en tiempo real sin precedentes se encuentra en marcha en todo el mundo
A medida que los aviones se quedan en tierra y los vehículos desaparecen de las calles, estamos presenciando en tiempo real reducciones considerables en la contaminación del aire y las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Las respuestas globales al coronavirus están conduciendo a una reducción masiva en la contaminación del aire y las emisiones, que pueden contribuir a reducir las complicaciones de salud y las muertes prematuras relacionadas con la contaminación del aire. En China, las emisiones de gases de efecto invernadero disminuyeron aproximadamente un 25%. En Buenos Aires, Lima y Santiago de Chile, la contaminación del aire se ha desplomado debido a la reducción del tráfico.
La contaminación del aire es un asesino global. Un nuevo estudio muestra que la contaminación del aire causa un estimado de 8.8 millones de muertes adicionales al año en todo el mundo. Las ciudades latinoamericanas sufren de contaminación del aire debido a la gran cantidad de vehículos y la baja calidad del combustible. Estimaciones conservadoras sugieren que cada año 50,000 personas mueren prematuramente en la región debido a la contaminación del aire causada principalmente por el transporte.
La pandemia también ha generado un debate sobre cómo la contaminación atmosférica prolongada afectó la capacidad de China para controlar la propagación del COVID-19 y minimizar el número de casos críticos. Ahora se exigen mayores esfuerzos, no solo para mejorar el sistema de salud pública que se vio sometido a una gran presión, sino también para limpiar el aire que afecta negativamente la salud de las personas.
Un nuevo estudio de la Universidad de Harvard muestra que los pacientes con COVID-19 viviendo en areas de los Estados Unidos que tenían altos niveles de contaminación del aire antes de la pandemia, tienen más probabilidad de morir por la infección que los pacientes en areas del país con aire más limpio. Además, un estudio acerca de la epidemia de SARS en China encontró que los pacientes de regiones con alta contaminación del aire tenían el doble de probabilidades de morir de SARS, en comparación con aquellos de regiones con mejor calidad del aire.
Por lo tanto es probable que las reducciones en la contaminación del aire puedan ayudar a las personas a enfrentar el COVID-19 y futuras pandemias, que son cada vez más frecuentes debido a la fragmentación de hábitats naturales, el uso de la tierra y el cambio climático.
¿Las reducciones en la contaminación del aire y las emisiones van a durar?
Si bien estas reducciones en la contaminación del aire y las emisiones de gases de efecto invernadero pueden tener algunos beneficios, la pandemia no es la solución a la crisis climática. Cualquier reducción en las emisiones y la contaminación causada por la pandemia y las recesiones económicas probablemente será efímera. Tras la disminución de la emergencia médica y en ausencia de grandes esfuerzos para la transición hacia una economía de cero emisiones netas, la experiencia pasada sugiere que las emisiones podrían aumentar rápidamente a medida que se reanude la producción industrial y la generación de energía.
Una recesión global provocada por el coronavirus también podría socavar la transición hacia una economía verde a medida que las empresas luchan por asegurar la financiación de los mercados de capital para proyectos de energía renovable y movilidad eléctrica. La cadena de suministro global para componentes como paneles solares y baterías de iones de litio, muchas de las cuales se producen en China, ya se ha interrumpido.
Al salir de esta crisis, las personas pueden sentirse obligadas a reevaluar sus traslados diarios y a continuar reduciendo los viajes de negocios a favor de la teleconferencia. Sin embargo, a medida que surgen del autoaislamiento y, en muchos casos, se enfrentan a tragedias personales, problemas de salud mental y desafíos económicos, puede haber un retorno a la situación previa a la pandemia. Es posible que las personas vuelvan a subir a sus automóviles y, en el peor de los casos, la contaminación del tráfico podría incluso superar los niveles previos a la pandemia si a las personas les preocupa viajar en transporte público.
COVID-19 nos recuerda por qué es importante el aire limpio
Los impactos de la pandemia en la reducción de la contaminación y las emisiones son un recordatorio del alto costo que la contaminación del aire tiene sobre nuestra salud. Una vez que termine la crisis del COVID-19, los formuladores de políticas y el sector privado podrían buscar formas de acelerar la electrificación del transporte público y eliminar los vehículos contaminantes, que representan pasos clave para construir una sociedad más resistente y saludable.
Por ejemplo, el sector de transporte de América Latina es la mayor fuente de emisiones relacionadas con la energía en la región y su flota de automóviles es responsable del 37% de las emisiones totales del transporte. A medida que los países trabajan en la revisión de sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), la conversación sobre COVID-19 y la contaminación del aire podría desempeñar un papel para ayudar a defender el impulso simultáneo de la acción climática y las medidas de salud pública.
Para llegar a cero emisiones netas al 2050, y para limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados, los países deben reducir urgentemente las emisiones en aproximadamente un 50% para 2030 y descarbonizar la economía global a través de una transición justa. Esto requerirá una transformación en varias áreas, incluida la electrificación del transporte y el uso más frecuente del transporte público y no motorizado.
Por lo tanto, promover un cambio hacia el transporte público y electrificar el sector del transporte es esencial para mejorar la calidad del aire y reducir las emisiones. Desde 2017, el BID ha estado trabajando con actores públicos y privados para movilizar inversiones en transporte público limpio para lograr precisamente eso.
Los beneficios podrían ser enormes. Si la flota actual de autobuses y taxis de 22 ciudades latinoamericanas se cambia a vehículos eléctricos, la región podría ahorrar casi US $ 64 mil millones en combustible para 2030, evitar la emisión de 300 millones de toneladas equivalentes de dióxido de carbono y salvar a 36,500 personas de muertes prematuras. En el caso de Costa Rica, la descarbonización del sector del transporte aportaría beneficios netos totales de alrededor de US$ 18 mil millones para 2050, como resultado de la reducción de la congestión y la menor cantidad de accidentes.
Afortunadamente, no necesitamos una pandemia para construir una sociedad sostenible, dado que el mundo ya tiene gran parte de la tecnología, las finanzas y las políticas para hacerlo. COVID-19 bien podría estar ayudándonos a visualizar un mundo más sostenible. A medida que salgamos de esta crisis, reducir la contaminación del aire y electrificar el transporte son dos formas de avanzar hacia un futuro más sostenible y resiliente.
Artículo extraído del blog del @BancoInteramericanodeDesarrollo